Y la princesa Sherezade esa noche narró al Sultán el cuento de
Aladino y la adorable bailarina…
(Aladino
y la adorable bailarina)
A la
noche siguiente roció la frente del Sultán con agua de rosas y
musitó a su oído la historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones…
(Los
sultanes en Palacio)
Pero,
un buen dia, la princesa Sherezade, harta de contar historias decidió
consultar al hombre sabio de palacio.
Esa
adicción a los cuentos es cosa de niños, tiene que madurar, cambiar
de aires, dijo el hombre sabio. Debes pensar en una propuesta más
sugestiva.
La
princesa Sherezade escuchó sus consejos y comprendió que tenía
razón.
Reunió
en el palacio a invitados provenientes del más remoto Oriente, de
las arenas del desierto, del ardiente Paraíso, y pidió su
colaboración para obsequiar al Sultán con una fiesta de ensueño.
Los príncipes y princesas accedieron gustosos. Seda de la China,
brocados de Persia, chales de Cachemira, tules del misterioso Catay,
velos bañados en oro. Todo era poco para agasajar al gran
dignatario. La fiesta duraría hasta el alba, sin dar tiempo al
sultán para echar de menos los cuentos que todas las noches vertía
sobre sus regios oídos la bella princesa.
(Las
princesas)
(Desde
las arenas del desierto…)
(El Banquete)
El
Sultán, ahíto de tanta pastela y delicias del desierto, quedó tan
profundamente dormido que se olvidó de la cantinela de los cuentos y
coronó a la bella Sherezade como sultana de sus amores.
(La
Sultana de Sandulá)
(Una
visita al Harem)
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